Uno de los hitos relativos a la fundación de la psicofarmacología (o de la psiquiatría biológica) es el de la clorpromazina: es sabido como
Laborit, un cirujano francés estudiando el tratamiento del "shock" quirúrgico, que después diseminaron los anestesistas, le sugiere a un grupo de psiquiatras franceses el uso de la clorpromazina en pacientes con enfermedades mentales... la historia es conocida y ha sido narrada de diversas maneras y hasta la saciedad; es interesante mencionar que ninguno de los principales protagonistas se llevó el premio Nobel.
La teminología usada para narrar o describir este
hito (¿mito?) ha sido radical: desde el uso del término "revolucionario/a" al repetitivo e irritante uso del término "
paradigma" (puesto de moda, años después por Thomas S Kuhn).
Los psiquiatras que se formaron en los sesenta o antes - y muchos de ellos aún viven y aún escriben e investigan (se viene a la memoria
Max Fink, por ejemplo) pensaron que el progreso en el tratamiento de los pacientes con psicosis había sido, pues eso, revolucionario y que los psicofármacos facilitaron en gran medida el paso desde las instituciones manicomaniales a la comunidad.
David Healy cuenta que algunos, como el mítico
Aubrey Lewis, vieron la introducción de la clorpromazina como un elemento más, no superior al uso de laborterapia por ejemplo. Pero el impacto del hallazgo de la Clorpromazina está ahí y todos los psiquiatras saben en mayor o menor grado acerca del mismo: la
Era de la Psicofarmacología había comenzado (más o menos, ya que según quién se lea, comienza con la clorpromazina o antes, con Cade y el Litio).
Jean Thuillier captura la década fascinante de la introducción de la clorpromazina en su libro
Ten years that changed the face of mental illness (una anécdota sin mayor importancia: dependiendo de la fuente que se busque, el libro se titula:
Ten years that... o
Ten years which... la reseña de Tom Walmsley, siempre notable, en el
International Journal of Geriatric Psychiatry es portadora del término "that", mientras que la
reseña en el
British Journal of Psychiatry utiliza el término "which". No dejen de leer la reseña del libro en el
NEJM escrita por Solomon Snyder, un eterno candidato al Nobel de medicina).
¿Qué pasó entonces con el efecto casi milagroso de este fármaco? ¿Por qué cuando tenemos que tratar a un paciente con esquizofrenia, vemos cómo los fármacos que hace sesenta o setenta años daban resultados extraordinarios, ahora no lo dan?
La pregunta no es tan ociosa como parece y va más allá de análisis histórico-sociales más o menos a la moda; y, en gran parte, la respuesta - si es que la hay - tiene que ver con el
artículo de Jonah Lehrer que comentaba en la entrada anterior en N de K.
Una de las maneras de evitar o de mitigar la deficitaria eficacia de los neurolépticos de segunda generación (en breve, ASG) es la que proponen Loonen y Stahl en una escandalosa -
outrageous - editorial publicada hace unos meses en la revista
Acta Psychiatrica Scandinavica. Introducen el concepto de
psicofarmacologia funcional, que no es más que el uso de la polifarmacia y, además, citando la editorial de Ghaemi en la misma revista para así dar un barniz de
"gravitas" osleriana, legitimando el "más es mejor" - vergonzoso, absolutamente vergonzoso.
Pero, de vuelta al artículo, de Lehrer, todos sabemos que los ASG no han resultado ser los "eficacísimos-fármacos-exentos-de-efectos-secundarios" que fue la manera en la que se comercializaron inicialmente. Sin duda, el estudio
CATIE, ha tenido un efecto devastador (¿de veras? - habría que ver para quien).
Es posible concebir que ante la desilusión brutal de fármacos que no funcionan o que no funcionan como debieran es necesario hacer algo. Ya sabemos qué es lo que quieren Loonen y Stahl - se podría decir, sin temor a error, que siguen la línea de las grandes compañías farmacéuticas. Haciendo honor al subtítulo del blog (¿recuerdan lo de "trash culture"?) también es posible concebir una alternativa en la que se generen nuevos mitos/hitos: puesto que los males son grandes, usemos grandes remedios.
Y uno de los peores males es, sin duda, el suicidio. Por eso, cuando encontré
este artículo (el artículo es de
libre acceso al estar financiado, parcialmente, por el
NIMH) pensé en un nuevo mito fundacional:
el del control del suicidio mediante una infusión intravenosa de Ketamina. Y además, en ¡Pacientes con depresión refractaria a tratamiento! Y esta noticia - en un estudio no financiado por la la industria farmacéutica - es publicada en la revista con Factor de Impacto 5.553 (de acuerdo con su
"Fact sheet") haciéndola la tercera revista de psiquiatría más citada.
Los anestesistas llevan utilizando la Ketamina desde finales de los sesenta/principio de los setenta para lo que llamaron "Anestesia disociativa" (es recomendable, por su interés y por lo extraño de su historia, la lectura del artículo de Edward Domino:
Taming the Ketamine tiger En éste, Domino revisita su
artículo fundacional sobre los efectos de la ketamina, publicado nada menos que en 1965).
Se cierra así el círculo abierto por Laborit, benefactor de anestesistas, con otra sustancia, utilizada también por los anestesistas, pero en este caso para "curar" el dolor de la ideación suicida que, gracias a Zárate y a Granados devuelven la Ketamina a un lugar fundamental en la mitología de las curas milagrosas de los psiquiatras.